Desde el portón arrumbrado veo el jardín dónde alguna vez fuimos felices. Corríamos incansables entre los árboles, jugábamos a las escondidas y a la mancha. Solo se detenía la diversión cuando salía la abuela con la chocolatada y las galletitas recien horneadas. Todos corríamos a abrazarla y a merendar para recuperar fuerzas. Hoy solo quedan ruinas que son salvadas por el recuerdo.
Foto: Florencia Ochoa
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